Como ocurre con muchas enfermedades, los fármacos de los que disponemos para tratar la epilepsia evitan la ocurrencia de crisis, pero no “curan” o erradican la causa de la epilepsia, son, por tanto, tratamientos sintomáticos o fármacos anticonvulsivantes.
Aunque la investigación en este campo es cada vez más amplia, hoy por hoy, tampoco disponemos de fármacos que ayuden a prevenir el desarrollo de una epilepsia. Por ejemplo, ante una lesión cerebral (un trauma, un infarto…) algunos pacientes podrán tener crisis y una epilepsia en el futuro y otros no. El empleo “preventivo” de fármacos antiepilépticos no tiene sentido ya que no tienen efecto anti-epileptogénico.
En los últimos años se ha considerado que un paciente presentaba una epilepsia si tenía, en al menos dos ocasiones, crisis, de cualquier tipo, que no estaban directamente provocadas por un proceso agudo (fase aguda de un trauma craneal o un ictus o infección neurológica o alteración tóxico-metabólica aguda).
No obstante, más allá de las pautas generales, es necesario individualizar la decisión de iniciar o no tratamiento ante una crisis. De acuerdo con la nueva definición de epilepsia propuesta por la ILAE (liga internacional contra la epilepsia) estará indicado iniciar tratamiento farmacológico en los casos de crisis única si se encuentra alguna condición que haga altamente probable que las crisis puedan repetirse. Las más importantes son:
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